Solo 3 segundos by Patricia A. Miller

Solo 3 segundos by Patricia A. Miller

autor:Patricia A. Miller [Miller, Patricia A.]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Romantic Ediciones
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


14

Nunca creyó que volvería a experimentar un dolor tan intenso como el que le sacudió el pecho cuando lo vio partir. Permaneció durante algunos segundos con la mirada perdida en la puerta, que se movía de forma imperceptible, acunada por el viento invernal que soplaba en el exterior. No le importó que estuviera abierta, le daba igual si la casa entera se convertía en el mismísimo palacio de hielo, o si las garras gélidas de la muerte la atrapaban para llevarla al infierno. ¿Qué más daba eso ya si ni siquiera era capaz de entender lo que acababa de suceder? En un último arranque de furia, se vio tentada a salir tras él y gritarle que se fuera al infierno, que no necesitaba humillarla más puesto que ella misma lo había hecho. Quiso acercarse a la puerta y cerrarla de un portazo para demostrarle que no le importaba lo más mínimo que se marchara, pero fue incapaz de moverse.

El llanto la sobrecogió y descargó toda la rabia y el odio a través de las lágrimas que le bañaron las mejillas, ardientes perlas que quemaban sobre el hielo de su tez pálida. Era como volver a sentir los clavos atravesando la piel, llegando hasta los huesos para incrustarse en ellos. El aire no le llegaba a los pulmones, el calor había abandonado su cuerpo, la fuerza que siempre había sentido para sobreponerse de situaciones difíciles, se había evaporado junto a la niebla que la cegaba.

En ese momento, más que en ninguno otro en toda su vida, anheló haber muerto en el accidente. ¿Qué era ella sino un despojo de la sociedad? Era una exconvicta, había matado a su mejor amiga, ni su padre soportaba su presencia, y ahora tenía que lidiar con un corazón hecho trizas. ¿Cómo se le ocurrió pensar que un hombre como él podría desearla después de ver la monstruosidad de su cuerpo? Se dejó caer de rodillas y ahogó un grito contra las manos, derrotada, y los sollozos llenaron el salón, apagando cualquier otro sonido que pudiera llegar a sus oídos.

Fuera, muy cerca de la casa, mientras amontonaba leños para encender la chimenea y procuraba no mojarse demasiado con la nieve del suelo, Jesse sonreía como un tonto al imaginar lo que iba a pasar cuando entrase de nuevo. Verla desnuda de cintura para abajo, aún con la ropa interior puesta y esa molesta camiseta de los Cavaliers, era la visión más increíble de cuantas hubiera tenido el placer de ver. Las cicatrices que le mancillaban la pierna no tenían nada que hacer contra la belleza natural que transmitía con una sola exhalación de sus labios.

Dios mío, esos labios…, suspiró, mientras se pasaba las manos por el pelo despeinado y rememoraba con excitación lo que había sentido al probarlos de nuevo. Sí, va a ser una gran noche, concluyó cargando la pila de troncos con dificultad. Dentro de la casa hacía un frío de mil demonios y solo quería verla temblar cuando le hiciera el amor, de puro éxtasis.



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